Ha trabajado en Madrid, México o Nueva York, pero nunca ha perdido el vínculo con su tierra. Ahora vuelve a Gandia como fotógrafo oficial de las Fallas de Gandia, un encargo que le hace especial ilusión. Hijo de un aficionado a la fotografía en blanco y negro y de una madre enamorada de las revistas de moda, creció entre negativos, luces rojas de laboratorio y páginas de Vogue. Aquello que empezó como un juego en casa acabó convirtiéndose en una carrera de más de treinta años. En esta entrevista habla de sus inicios, de su etapa con Los Chicos de la Bahía, de lo que significan para él las Fallas y del proyecto con el que sueña ahora: una gran exposición con lo mejor de su obra.
Ha construido una carrera impresionante, trabajando en todo tipo de proyectos por todo el mundo. Pero ahora vuelve a casa como fotógrafo oficial de las Fallas de Gandia. ¿Qué supone para usted esta oportunidad?
Tenía muchísima ilusión porque hacía tiempo que no hacía fotos de fallas. Para mí es volver a trabajar en algo que me apasiona y que había dejado. Estuve muchos años fuera, pero volver a Gandia siempre es especial, sobre todo por la familia. Hacer fotos de fallas, después de años sin hacerlo, es un sueño y me hace muchísima ilusión.
Su vínculo con las fallas no es nuevo. En 2023 fue el mantenedor de la fallera mayor infantil de Gandia. ¿Cómo vivió aquel momento? ¿Y cómo definiría su relación con las fallas?
Fue increíble. Nunca había hecho de mantenedor, y de hecho no quería hacerlo porque mi padre siempre lo había hecho y lo hacía muy bien, y yo no me veía capaz de estar a la altura. Pero insistieron mucho y acepté. ¡Menos mal! Fue muy emotivo. Sobre todo el momento en que canté mientras tocaba la guitarra… fue increíble, uno de los momentos más especiales que he vivido sobre un escenario. Ser mantenedor es todo un honor, y encima tener la oportunidad de vivir un momento así no tiene precio. Nadie se lo esperaba y fue muy bien recibido por la gente… Las fallas forman parte de mi vida desde siempre, y tener un papel así me tocó mucho.
Ahora que habla de cantar… De joven tuvo un grupo de música, Los Chicos de la Bahía. ¿Cómo fue todo aquello?
Con ocho años ya tenía la inquietud de cantar, la guitarra, el solfeo… Empecé desde pequeño, muy muy pequeño, y nadie me obligaba. Vi que ahí había algo que me gustaba y ya noté que quería hacer algo diferente. La cuestión entonces era no perder el tiempo pero divertirse. Cuando ya llevaba unos cuantos años con la guitarra y el solfeo, se apuntaron también mis hermanos, y eso fue el germen de Los Chicos de la Bahía.
El salto fue casi casual, nosotros hacíamos versiones de Mocedades, lo que se llevaba entonces jajaja, cantábamos muy bien a voces los cuatro. En misas, en el Palau… Pero un día, cantando en la playa, un productor de música nos oyó y nos llevó a Madrid. Allí nos contrataron, y después llegó Camino del Sur… De película total. Pero si yo no hubiera dado esos pasitos de tan pequeño, igual aquello nunca hubiera pasado. Ahí está la importancia de tener las cosas claras.

¿Cómo nació su pasión por la fotografía? ¿Cuándo decidió dedicarse profesionalmente?
Mi padre ya tenía un laboratorio de fotografía en blanco y negro, y cuando yo nací una habitación ya era un laboratorio. Recuerdo aquella luz roja, le preguntaba a mi padre qué era todo aquello, y él me decía que lo más importante era no abrir la puerta cuando estuviera la luz roja. Ya ahí empezó a darme mucha curiosidad descubrir todo ese mundo. Cuando crecí empecé a disfrutar de lo que era hacer una foto técnicamente (buscar el ángulo, la luz, después todo el proceso de revelarlas, positivar el negativo…) todo eso ya no se hace, y creo que es una pena; se ha perdido la parte más mágica de la fotografía. Pero desde ahí ya no paré, eso me encantaba.
Mi padre, cuando salía del trabajo, venía a casa y hacía fotos de los hijos, de los paisajes, y las revelábamos juntos en el laboratorio. Después ya hacía yo las fotos, a mis hermanos, primas, amigos… Todo aquello era un hobby. Yo en realidad estudiaba arquitectura, pero seguía haciéndoles fotos a mis compañeros, les pedía que se vistieran de una manera u otra, que posaran, y luego les regalaba las fotos. Cuando ya estaba a punto de ser aparejador, un profesor mío vio algunas de las fotos y me dijo que estaban muy bien y que me fuera a Madrid a estudiar fotografía. Y eso hice: no terminé la carrera y me fui a Madrid. Y de repente saqué un diez… ¡yo, que nunca había sacado un diez!
¿Qué era lo que más le inspiraba? ¿Cómo desarrolló esa primera visión y perspectiva?
Piensa que mi madre, cuando yo era pequeño, compraba todas las revistas de moda del mundo: Harper’s Bazaar, Vogue, Elle, Marie Claire… Eso no era nada habitual entonces, pero María (mi madre) adoraba la moda y era muy moderna. Estaba más que acostumbrado a ver esas revistas. Yo me fijaba en las fotos que hacían esos fotógrafos, y a partir de ahí mi imaginación empezaba a volar. Intentaba hacer mis propias versiones con mis hermanas y primas.
Cuando estás rodeado de gente tan increíble, es fácil que tu mente empiece a funcionar a mil por hora. Y desde entonces no he parado: he ido aprendiendo, probando y encontrando un estilo propio. Lo más importante es tener una identidad a la hora de hacer fotos o cualquier otra cosa. Tener la posibilidad de hacer fotos y que a la gente le guste lo que hago sigue siendo un sueño.
Ha trabajado mucho en el mundo de la moda, pero ahora la fotografía fallera es un reto diferente. ¿Qué busca transmitir con sus fotos de fallas?
Es un reto, pero no me da miedo. Haré todo lo que se me ocurra, lo que yo disfrute, siempre dentro de lo que es mi estilo. No haré nada demasiado extraño ni loco, pero sí quiero hacer fotos elegantes, pictóricas, como si fueran cuadros. Me gusta hacer fotos con un estilo muy artístico, distinto a lo que se ve habitualmente. Quiero que las fotos sean espectaculares y muy cuidadas, que reflejen la belleza y la tradición, de los trajes y de los lugares, con un toque muy personal. Me hace mucha ilusión que hayan confiado en mí y espero que guste mucho.
¿Tiene algún momento favorito de las fallas que le gustaría retratar?
Me gusta mucho el momento de la cremà, es un momento mágico, con el fuego y los efectos que crea. Pero todavía me gusta más el proceso de organización y montaje, porque tiene una magia especial. La plantà es el momento que más me fascina, ir viendo cómo se montan las fallas como si fueran puzles… ¡es alucinante!
Hace unos años hizo una exposición sobre Gandia, «Mirar Gandia», que mostró una mirada muy especial de la ciudad y también de sus tradiciones. ¿Cómo vivió aquello?
Cuando hice aquella exposición quise mostrar Gandia desde una perspectiva artística, con ángulos y puntos de vista diferentes. En esa exposición hice fotos sobre cómo veía yo Gandia. He visto crecer la ciudad y ella me ha visto crecer a mí. Después de estudiar fotografía en Madrid, abrí un estudio en el Paseo y estuve allí diez años. Para la exposición retraté sus tradiciones, sus monumentos, sus calles… Retratar cosas inanimadas también tiene su magia: hay que elegir bien el objetivo, la hora del día y el ángulo. Estuve un año fotografiando Gandia, sin prisa, con paciencia. Gandia es una, pero cada cual tiene su forma de mirarla. Y eso es lo que yo quería: mostrar Gandia como nadie más podía verla.
También hizo una exposición de cien retratos que fue todo un éxito. ¿Cuál diría que es el secreto para conseguir buenos retratos?
Cuando trabajas haciendo fotos a personas, se convierte en algo mucho más personal. Aquella exposición fue una pasada: asistieron más de 45.000 personas. Para conseguir una buena fotografía de este tipo, es muy importante la psicología, poder lograr que la gente pose bien y se sienta cómoda. Porque cuando trabajas te encuentras, en su mayoría, con gente simpática, pero también hay gente más antipática jajaja, gente a la que le da vergüenza, que le cuesta o que no le gusta salir en fotos, pero no tiene más remedio… Por eso parte de mi trabajo consiste en ganarme a cada persona. Personalizar cada experiencia para conseguir los mejores resultados posibles.

Ahora compagina su vida como fotógrafo con algunos cursos que imparte de vez en cuando. ¿Qué es lo más importante que intenta transmitir?
Lo más importante que intento transmitirles es que hay que tener un estilo, no copiar a nadie, porque entonces buscarán al otro y no a ti (ríe). Lo más valioso es ser único y tener mucha seguridad en lo que haces. Aunque sea difícil, nunca hay que dudar: tú tienes que ser el primero en creer en ti para que los demás también lo hagan. También hay que tener claro que nadie te regala nada. La suerte es muy importante, pero la suerte solo la encuentra quien la busca.
Yo, por ejemplo, cuando me fui a Madrid, hacía fotos en varias agencias de modelos. No paraba, me lo busqué yo, lo dejé todo por hacer fotos allí. Pero sí que tuve la suerte de que Antonia Dell’Atte un día vio las fotos que le había hecho a un modelo de una de las agencias, y preguntó quién había hecho esas fotos. Por recomendación suya empecé a trabajar en la revista ¡Hola!, y claro, desde entonces ya sin parar.
Para alguien como usted, que parece que ya ha hecho de todo… ¿Le queda algún sueño por cumplir?
Pues mira, sí. Tengo un sueño que estamos trabajando para hacerlo realidad: una exposición que represente lo que ha sido mi carrera. Un recopilatorio de mi trabajo durante más de treinta años como fotógrafo. A veces me relacionan con un tipo de fotografía muy concreta, y eso está bien por lo que te decía de que hay que tener personalidad, pero con esta exposición quiero mostrar que puedo retratar de todo, desde una persona sola hasta un grupo, un niño, un presidente, una calle, un cantante…
Habrá artistas, personajes conocidos, un poco de todo. Lo más difícil ha sido elegir solo doscientas imágenes entre las miles que he hecho a lo largo de mi vida. Aún no tenemos fecha ni lugar cerrado, pero será en Madrid. También me gustaría que todo acabara en un libro, como unas memorias fotográficas. Mi objetivo es hacer algo con mucha clase, que sea algo elegante y muy potente visualmente.

