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La paz de San Francisco de Borja

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Estamos viviendo estos días en la ciudad de Gandia acontecimientos verdaderamente históricos. En el año 1973 los restos mortales de san Francisco de Borja visitaban la ciudad, lo hacían en el contexto del «Año Borja» que celebraba el aniversario de su canonización. La preciosa urna de plata – la misma que ahora – albergaba y alberga lo que quedó del cuerpo del Santo Duque tras la persecución religiosa que sufrió la Iglesia Católica en tiempos de la Segunda República. Dicha urna en aquella efeméride se puso a los pies del Altar en el que se celebró la Santa Misa.

En todos los altares de la Iglesia, para celebrar el sacrificio eucarístico, se insertan unas reliquias de un Santo o Beato. Siguiendo las enseñanzas de Jesús, para los cristianos el cuerpo es templo del Espíritu Santo, por tanto, en todo momento tiene que ser tratado como tal, y en la muerte nos enterramos esperando la resurrección. Sólo los cuerpos de aquellos que han sido Santos o Beatos pueden ser venerados en los altares de los templos. Ellos nos recuerdan nuestra vocación a la santidad y, por aquello que rezamos en el Credo – la comunión de los Santos -, interceden por nosotros desde el Cielo. El resto esperamos en el Camposanto las promesas de Jesús. 

En la Eucaristía se rememora la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Si decimos que las almas van al Cielo, en la Santa Misa, el lugar donde Jesús se hace realmente presente, será el anticipo del Cielo. La Iglesia tiene el poder por el Señor de «atar y desatar», «de perdonar o retener». Sin embargo, la Iglesia no puede afirmar quién está condenado (no lo ha hecho ni del mismo Judas que traicionó al Señor). La Iglesia puede informar cómo un alma puede condenarse e invitar al bien (lo ha hecho siempre siguiendo el ejemplo de Jesús cuando invita a la conversión), pero nunca afirmar quién está condenado. La Iglesia existe para ser fuente de Salvación, por eso, puede afirmar quién goza de la visión beatífica de Dios, es decir, quien es Beato o Santo. Así se entiende que el poner reliquias debajo del Altar es para completar el significado eucarístico sobre la presencia de los santos junto al Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

El viernes llegaban de nuevo las reliquias. Gracias al entusiasmo y esfuerzo de un sacerdote hijo de la Colegiata de Gandia y hoy párroco de san Francisco de Borja de València, D. Pedro Miret, que busca ante todo aumentar la devoción hacía el Santo Duque e incentivar la pastoral en su Parroquia, así como en la Archidiócesis valentina, siempre en comunión con su Obispo y con todos sus hermanos sacerdotes. Esta vez sí han visitado el Palacio Ducal y por eso se podía decir que san Francisco de Borja volvía a su casa 474 años después de su salida. Como bien señaló el Abad, “por esta escalera bajó para partir hacia Roma”, y ante esa escalera fue situado el Duque Santo de Gandia. Tras una sencilla pero sentida ceremonia se trasladó hasta la Colegiata. El lugar donde fue bautizado y el lugar que acogerá dichas reliquias para la veneración de los fieles, bien en la oración personal, bien en la Santa Misa hasta el 30 de septiembre, día en el que en Gandia se celebra este año su fiesta.

Ver en las reliquias de san Francisco de Borja un simple cuerpo humano, es mostrar poco sentido trascendental de las cosas que nos remiten a Dios – aparte que supone una gran falta de respeto para los creyentes –. San Francisco de Borja nos lleva a Dios, nos lleva a situarnos en nuestra vida familiar, civil, política y religiosa como cristianos, y toda su historia nos invita a la santidad. Por lo que tampoco tiene sentido afirmar o poner en duda lo que pensaría hoy san Francisco de Borja de que el alcalde de Madrid y su mujer eligieran para casarse la Parroquia que custodia las reliquias en la capital de España, ya que es el lugar dónde viven su fe católica. Precisamente en san Francisco de Borja se muestra la ternura y el cariño hacia todas las personas sin distinción (sean de una clase u otra), buscando ante todo la igualdad, tan propia y tan católica, como bien nos enseña el apóstol Pablo en sus exhortaciones. Poner en duda la santidad de Francisco de Borja, atribuyéndole un posible mal pensamiento hacia personas, es sencillamente ruin y de poco cristiano.

Con todo, es cierto que a un gandiense le gustaría que su Patrón estuviera en su ciudad. Aquí se le haría más caso que en Madrid seguro. De ahí la petición pública que hizo el Abad de Gandia y la respuesta que recibió del pueblo con un caluroso aplauso. Sin embargo, esta es una ocasión propicia para dar Gloria a Dios por la vida de Francisco de Borja y Aragón.

Él descansa en paz. Sí en esa paz que no es un bálsamo de tranquilidad efímera, vana y estéril, sino en el gozo de estar junto a Dios. Y si las reliquias se mueven, como él se movió en vida, no tendrá otro motivo más que llevar las almas a Dios, y ahí creo – y afirmo con rotundidad – que desde el Cielo estará orgulloso de seguir moviendo corazones para Dios nuestro Señor.

Gandienses, aprovechemos esta oportunidad que tenemos hasta el 30 de septiembre de gozar de la presencia de san Francisco de Borja entre nosotros. Para que, como bien dice la leyenda atribuida a un acontecimiento notorio de su vida, “nunca más servir a Señor que se me pueda morir.” 

Paco Llorens

Sacerdote

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