Anna Blanco: «Pensaba que era un reto deportivo, pero me he encontrado una familia»

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Los colores del paisaje de la Patagonia. Así han sido ellas. Cinco mujeres valientes y fuertes que, tras conseguir hacer frente a un cáncer, se han unido para conquistar el Cerro Gorra Blanca de la Patagonia en el Reto Pelayo Vida, reflejándose en cada uno de los colores y paisajes que se encontraban a su paso hacia la cima. Y qué cima. 

Anna Blanco, periodista y vecina de Gandia, ha sido una de esas mujeres que ha luchado -en la vida y en la Patagonia- por conseguir sus objetivos. Pasión por la naturaleza, la montaña, risas, miedos, paz y calma. Ella, en esta expedición ha sido el color característico de esta gran explanada de hielo (la tercera más grande del mundo): el blanco

Aunque afirme ser una mujer “nerviosa” y diga que “no puedo parar quieta” irradia paz, tranquilidad y bienestar tan solo hablando con ella. Y eso también lo han notado sus cuatro compañeras de expedición. 

Una expedición de siete días en los que les ha acompañado el miedo, pero también la risa. La incertidumbre de no saber qué hacer con ráfagas de viento de 80 km/hora en medio de “la nada” -o “Mordor” como lo apodaron ellas- y con una sensación térmica de -20 ºC. Pero el blanco siempre las acompañó e hizo que, con esa paz y tranquilidad apoderándose del miedo, llegaran a confiar en los “ángeles de la guarda” que llevaban como guías locales y que hicieron que, a pesar de la adversidad, disfrutaran de un momento único: “Cuando nos encontramos en medio del campo de hielo y miraras donde miraras todo era blanco. Se confundía el final del hielo con el principio de las nubes, y parecía que todo era el mismo paisaje, infinito. Aquella tarde viendo cómo se hacía de noche allí arriba, fue impagable”.

Pero también llegaron los momentos duros. Noches sobre el hielo y las piedras bajo una tormenta dura en la que “daba igual lo que lleváramos puesto porque el hielo lo notábamos”, construyendo muros de contención en uno de los momentos donde “pasamos mucho frío, nos despertamos muy hinchadas, con edemas por falta de hidratación y con el viento que todavía lo complica más. Y salir de allí, del Paso Marconi en busca de las montañas, huyendo de la tormenta, fue lo más duro que he hecho en mi vida”.

A pesar de ello, la unión del grupo no se resquebrajó en ningún momento. “Al finalizar las largas etapas, que iban desde las 8 hasta las 15 horas diarias, todavía teníamos ganas de reír, bailar y hacer bromas. Eso ha sido gran parte del éxito de esta expedición”.

“Vivimos momentos de flaqueza, de decir ‘no puedo llevar mi mochila’, pero entre todas conseguimos salir adelante, repartiéndonos el peso de la que ese día no podía más”. Y es que los entrenamientos y la forma física no lo son todo. “La cabeza juega malas pasadas” asegura Anna: “En esos momentos de bajada donde nos decían: ‘Hay que salir de aquí hoy’, tu cabeza empieza a pensar en los ‘y si…’ pero al final tienes que confiar. Esto es como con la enfermedad, hay momentos que tienes que soltar. Si los guías saben que tenemos que salir y ellos nos están sacando es porque saben que podemos y yo lo que puedo hacer es caminar, lo que no podía era abandonar, ni por mí ni por el equipo. Teníamos que tirar hacia adelante, igual que durante el cáncer, confiar en que los médicos saben lo que hacen y poner de tu parte lo que tú puedas poner, en este caso era caminar y avanzar sin mirar atrás. Continuar”.

Una cabeza que ha reflexionado de nuevo ante la adversidad y ha hecho que descubriera que “tengo más paz interior de lo que yo pensaba” además de “echar mucho de menos a mi familia. Esta experiencia me ha hecho volver a ubicar las prioridades”. Una familia que ha estado durante los largos días del reto siempre presente: “Imaginaba a mis hijos dándome ánimos desde casa, me he acordado de mi padre pero, desde el minuto uno hasta el último, mi madre ha estado siempre presente”.

Una semana más tarde Anna comienza a sentir de nuevo sensibilidad en sus dedos. Las heridas en el rostro ya se van curando y está recuperando el color de su piel. Y, aunque sea “una pena” volver a la realidad y “ver que sigue todo igual, que nos seguimos peleando por lo mismo, que no se llegan a acuerdos y que no ves ninguna solución” en muchos momentos de la vida, Blanco vuelve “a pensar en lo importante” porque “al igual que con el cáncer, después de volver de esos miedos de ‘y si me muero’”, en ambas etapas de su vida, “piensas de nuevo en lo realmente importante y las prioridades que ahora tienes, porque cambian”. Y a pesar de la dureza de este reto, Blanco ha encontrado en él una conexión muy especial: “Pensaba que me presentaba a un reto deportivo, pero he encontrado en esta experiencia una familia”. 

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